Buscando notas y palabras

"Until only the righteousness prevail"

Aquel reloj le cautivó. Muy caro, pero decidió permitirse un lujo. Total, no iba a repetir nunca un viaje a la India, y aún no tenía ningún recuerdo. Además, en media hora salían de vuelta a Suiza. El tendero se lo envolvió sin preguntar. Él continuó convenciéndose a sí mismo de su decisión mientras salía de aquel bazar. Lo desenvolvió en el viaje de vuelta. Era muy elegante y moderno a la vez. Sólo tenía dos agujas, sin números. Marcaba las seis en punto. Fue a pedir otro reloj a su compañero para sincronizarlo. Se giró, y vio que la hora de su reloj había cambiado sola, justo antes de darse cuenta de que aquella aguja marcaba el norte.

Volví a echar el sedal al agua verde, a unos metros delante de mí. El hilo era de medio milímetro, empalmado con un anzuelo del modo tradicional. Atravesé varios granos de maíz por el anzuelo hasta que el metal quedara completamente cubierto por el cebo. Exactamente igual que hacía casi cincuenta años.

Sólo se escuchaba el agua y los pájaros. De vez en cuando un suspiro mío cortaba ese silencio. Me senté de nuevo en el mismo sitio bajo el árbol. No había viento y el cielo era despejado. En el agua se dibujaba la sombra del árbol. Ésa era la del atardecer.

La primera vez que fui al pantano y descubrí aquel lugar debajo del árbol me apropié de él, como un niño que hace parte suya un personaje de película. Pensé que era el sitio perfecto y me sentí con ventaja sobre los demás. Allí iba a pescar más y mejor que nadie.

Ahora veía al otro extremo del pantano el negocio de esquí por cables que habían construido hacía unos años. El movimiento al que sometían el agua afectaba al pantano entero, llegando hasta el último rincón. Aquel lugar cada vez iba adquiriendo más carácter artificial, como tarde o temprano le pasa a todo. Sin embargo los peces no se habían ido, aunque yo llevaba ya tiempo sin necesitar hacer mucho esfuerzo para vencer a los ejemplares que picaban. Siempre pensé que la culpa la tenían aquellos del negocio, que después de romper la tranquilidad de las aguas se pasaban el rato tirando comida a los peces, que ya no necesitaban buscar alimento en otros lugares del pantano.

El sedal me vibraba. Algo estaba dando pequeños tirones y lo notaba. Esperé unos segundos y tiré con fuerza hacia arriba para enganchar el anzuelo en su boca. Enseguida me di cuenta de que ya lo tenía y comencé a ejecutar el habitual proceso para sacarlo del agua. Pero aquella presa apenas oponía resistencia al zarandeo y mientras la sacaba sospeché con desazón de qué se trataba.

Otra tortuga. Ya era la cuarta del día y no conté qué número sería del mes. Las tortugas son, además de una lata para desengancharlas, un indicio de la poca pesca que puedes esperar esa jornada. Cuando una tortuga pica, el anzuelo se le engancha en lugares mucho más duros y menos accesibles que en el caso de los peces. Además, en los momentos de tensión contraen su cuerpo dentro del caparazón, y en ocasiones resulta imposible sacarles el anzuelo sin hacerles mucho daño, y no queda más remedio que soltar a la tortuga con el gancho dentro. Me recuerdan a algunos jóvenes de hoy en día que intencionadamente se atraviesan la lengua o la piel con objetos de metal.

A aquella tortuga le conseguí sacar el anzuelo después de unos minutos. Como ya era tarde, recogí mis cosas y volví a casa. Al día siguiente había planeado llevar a mi nieto al pantano. Era la primera vez que lo traía a pescar conmigo. Pensé que lo iba a llevar justo en los peores momentos para ir a pescar que he tenido en mi vida, pero supuse que mi nieto se conformaría con cualquier cosa.

Aquella tarde era como la anterior. Mi nieto y yo llegamos al lugar del árbol después de un pequeño viaje bastante apretado en la barca. Le preparé la caña después de darle algunas instrucciones y se la lancé. Le había dicho a mi nieto que me avisara si le picaban, porque yo iba a colocarme en una zona situada a unos metros continuando por la orilla del árbol. Ese día había mucha más gente en el negocio del otro extremo del pantano.

Al cabo de unos minutos mi nieto vino corriendo hacia mi posición gritando "¡abuelo, abuelo!". Me dijo eufórico que la caña había saltado de repente y que había salido disparada hacia el interior del agua. Yo desconfiaba bastante, pero me acompañó hacia el lugar, y pude ver con mis propios ojos como la caña se alejaba lentamente antes de hundirse en el fondo del pantano.

Mi nieto sonreía con una mezcla de orgullo y emoción. Pensé que era la primera vez en casi cincuenta años que me picaba una tortuga gigante.

He decidido crear un blog. Han sido muchos los factores que han influido en esta decisión, pero sin duda el empujón final me lo ha dado, indirectamente, mi profesor de escritura de ficción. Queda claro que una parte importante del blog estará formada por los relatos míos que vaya publicando, aunque originalmente pretendía ser un medio de reflexión, lectura y pensamiento.