Buscando notas y palabras

"Until only the righteousness prevail"


Introducción. Del deber ser comunicativo del Arte y el deber ser artístico de la música.

Contar historias. Con el Arte lo hacemos, o somos capaces de hacerlo, de muchas maneras, más sutiles que simplemente decirlas o explicarlas: las expresamos, y la expresión es hipónimo de comunicación. Es decir, el arte de verdad siempre supone comunicación, y no se puede dar el primero si no hay segundo.

Gracias al Arte podemos expresar incluso sin siquiera ser capaces nosotros mismos de explicar con palabras “qué es lo que queremos decir”. Simplemente nos interesa (de “intención”) mostrar una historia, expresar “eso”, lo que ves u oyes, no lo que “quieres que te explique”. El Arte no serviría si tuviéramos, o pudiéramos traducir todo el contenido de nuestra expresividad intencionada a palabras. El profesor Manuel Martín Algarra lo describe así respondiendo a la pregunta: “¿Qué quería decir Picasso con el “Guernica?” Picasso dijo “lo que dijo”.

Asimismo, Martín Algarra, en su libro “Teoría de la Comunicación: una propuesta” explica los requerimientos para que en una situación se dé la comunicación. Así, no existe la misma si no se cumplen, entre otras, dos cláusulas mínimas: Expresión e Interpretación. Podemos hablar así de la doble dimensión de la acción comunicativa: por un lado la expresión intencionada de un contenido por el emisor, y la interpretación de mismo por el receptor.

Por lo tanto, al suponer el Arte necesariamente una acción comunicativa, es preciso que exista tanto una expresión como una interpretación. Es decir, no se podrá hablar de Arte si no se dan las dos acciones; tendríamos que llamarlo de otra manera.

La música es una forma de Arte, y por tanto de comunicación. De todas las artes, la música está clasificada como la más abstracta en oposición a las artes más prácticas, en cuyo extremo se encontraría el diseño, curiosamente al límite de dejar de ser considerado como un “arte” en sentido estricto.

La música comunica artísticamente con el “Lenguaje Musical” como el propio nombre indica. Es decir, la comunicación musical se sirve de los recursos (equivalentes a las palabras o frases en literatura, a colores y línea en pintura, o a planos y encuadres en el cine), que ofrece el lenguaje musical o Solfeo, que incluye acordes, escalas, ritmo, melodía, armonía, y muchos otros recursos más.

Los músicos comunican a través de esos recursos de manera artística como un pintor lo hace a través de los suyos. Kandinsky ponía el ejemplo de que un rojo brillante podía producir el mismo efecto -comunicar lo mismo- que un toque de clarín.

La poesía es un ejemplo más. En este caso los recursos consisten en versos, estrofas, rimas, métrica... Palabras, letra.

Hoy en día, “prácticamente toda la música tiene letra”. Y pongo esta frase entre comillas porque no estoy de acuerdo con ella en su sentido estricto, y al mismo tiempo planteo el problema: casi nadie hace música ahora, y aún mayor es el porcentaje de los que no escuchan música. El primer pensamiento que se nos viene a la cabeza de “¿cómo que no? si hoy hay miles de grupos de música, y todo el mundo va con el mp3 a todos lados”, es precisamente el segundo gran problema: no nos damos cuenta del primero.

La explicación de cada problema tiene a su vez la misma doble dimensión de la comunicación. Por un lado hay un problema en la expresión musical actual por parte de los “artistas”, y por otro, muy distinto, un conflicto en la interpretación (como recepción) de dicha música por parte del público.

Trataremos de profundizar en cada dimensión con detalle en los siguientes epígrafes. De momento cabe concluir el planteamiento base explicado hasta ahora: el arte sólo lo es cuando es comunicación, y la música sólo lo es cuando es arte. Por ende, la música sólo lo es cuando hay comunicación, en su doble dimensión: expresiva e interpretativa.

Os dejo el breve videoclip que hice de mi estancia en Nueva York con Lucía Martínez.

Después de mucho tiempo sin escribir, la situación me exige una entrada en condiciones. Entramos entonces en un círculo vicioso de indecisión y descarte. La única solución es en la que mis queridos profesores de CIE, Josean y Bea, nos insistían: escribir cualquier cosa, o escribir propiamente que estás bloqueado. Aquí está escrito lo segundo, y ahora voy a contaros lo primero que se me ocurre.

Mi tío Gustavo, marido de la hermana de mi padre, es ingeniero y propietario de una empresa de gas y electricidad en Melilla: Gaselec. Viaja mucho, le encanta viajar, y hacer fotografías. Tiene miles y miles de fotografías. Ésta última imagen es sobre todo la que tienen mis hermanos de mi tío, porque apenas saben en qué trabaja, sólo saben que viaja mucho, le encanta la fotografía, que tiene una autocaravana, que nadie hace las barbacoas como él, y que nos lo pasamos muy bien cuando nos visita.

El otro día, mi hermano pequeño Jorge, de 10 años confesó un pensamiento a mi madre en privado.

-Mamá, no sé si de mayor voy a ser turista o periodista.

Mi madre sin ocultar su risa, le respondió.

-¡Pero Jorge, qué dices! ¡Si turista no es una profesión!

A lo que Jorge respondió con intención de pillar a mi madre.

-¿Ah no? ¿Y entonces el tito Gustavo qué es?